Siempre seremos eternos by Paula Ramos

Siempre seremos eternos by Paula Ramos

autor:Paula Ramos
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-253-6533-1
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-05-19T00:00:00+00:00


Febrero de 2015

Mojácar

Hugo

Cuando apagué el motor del coche que habíamos alquilado, Rubén fue el primero en bajarse con rapidez para reunirse con Jacobo, y con entusiasmo se fundieron en un sonoro abrazo.

Yo continuaba ahí dentro, y no por ganas, pues el viaje en coche de cuatro horas desde Madrid bastaba para tener una necesidad imperiosa de estirar las piernas; pero algo me había retenido y me mantenía con la vista al frente, entre los árboles donde un tiempo atrás —y no hacía tanto, a pesar de sentir que habían transcurrido siglos— había un bungaló que conocía demasiado.

Ahora no quedaba ni rastro, pero era lógico. Mi padre ya no vivía allí. Había muerto dos años atrás y los del camping retiraron aquella choza destrozada. ¿Qué necesidad tenían de mantener esas cuatro paredes derruidas?, al fin y al cabo, solo habían albergado miseria entre ellas…

Alguien golpeó fuertemente el cristal de la ventana del conductor, y, sobresaltado, volví la cabeza para descubrir a un feliz Jacobo.

—¿No vas a salir o qué? —dijo.

Respondí con una amplia sonrisa, y tras soltarme el cinturón salí del coche para abrazar a aquel chiquillo a quien recordaba siguiéndonos a todos lados y que ahora, a los diecisiete años, era más alto que Rubén y que yo.

—¿Me puedes explicar qué cojones ha pasado aquí? —le pregunté al separarme y mirándolo de arriba abajo.

—En las fotos no parecía tan grande, ¿eh? —se rio Rubén al tiempo que le palmeaba la espalda.

Jacobo nos dedicó esa amplia sonrisa que hacía tiempo que no veía en él.

Aparte de la altura, era evidente que los signos de la niñez lo estaban abandonando. El cabello oscuro le caía desordenado sobre la frente y los ojos, también oscuros; él nos miraba con un brillo divertido mientras Rubén bromeaba sobre cuánto había crecido. Los hombros se apreciaban amplios bajo la sencilla camiseta negra que llevaba y, aunque todavía le quedaba por crecer, se intuía que practicaba deporte. Su físico evidenciaba lo que ya sabíamos gracias a las numerosas conversaciones telefónicas: entre las cosas que hacía, destacaba el baloncesto, que le servía de refugio para alejarse de los problemas que siempre, siempre, perseguían a los chicos como nosotros.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Rubén—. ¿Y Mi­kel?, ¿César?

—Están trabajando, como Abel y… Rafa. —Al pronunciar el nombre del último, Jacobo me miró en un gesto involuntario.

Lo entendía. Las cosas entre Rafa y yo habían cambiado mucho. Realmente, había cambiado la relación que yo tenía con todos ellos, pero con Mikel, César y Abel mantenía el contacto, y las veces que yo había ido a Mojácar nos habíamos visto. Sin embargo, con Rafa… con Rafa no. Y era mejor así. Sabía que seguía metido en la misma mierda. Los demás se dejaban arrastrar de algún modo u otro; no como antes —cuando éramos unos auténticos gilipollas—, pero, al fin y al cabo, en algo andaban.

Odiaba que Rafa fuera el detonante de todo, pero por el momento dejaba tranquilo a Jacobo, y con eso me sentía en paz.

—Bueno, luego nos veremos, claro —dijo Rubén para quitar hierro al asunto—.



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